Apostar por la circularidad supone un cambio cultural sustancial en la manera que tenemos de entender el sistema productivo y de consumo. La economía circular pone en duda el clásico producir-usar-tirar, para proponer un modelo basado en la utilización más sostenible de los recursos naturales. Con un fuerte componente tecnológico, se posiciona como una alternativa consistente en el tiempo y que representa el 8,6% de la economía actual, según datos arrojados por el Instituto de Innovación Social de Esade. Lo que demuestra que todavía queda camino por recorrer.
Son cada vez más las compañías que, conscientes de ello, comienzan a adoptar este tipo de estrategias en sus organizaciones para reducir el consumo de recursos naturales e impacto ambiental, a la vez que siguen creando valor.
Sin embargo, para cualquier cambio de esta índole, es indispensable definir una estrategia clara. Y más si se trata de una transición hacia un modelo distinto. En este sentido, simplificar los objetivos, así como contar con una serie de indicadores, permitirá trazar la hoja de ruta hacia la circularidad, y verificar su cumplimiento. Optar por pocos objetivos, pero de alto impacto en la actividad, facilitará que la implementación sea sólida y más consistente en el tiempo. Sin olvidar que la tecnología contribuye significativamente a mejorar los procesos.
Asimismo, la cultura siempre ha actuado como impulsora de la concienciación y promovedora de buenos hábitos, al mismo tiempo que ha potenciado el compromiso de todas las partes implicadas de la cadena.
Después de todos estos años, se está comprobando cómo el actual sistema productivo lineal, no es viable; ni desde el punto de vista material, ni medioambiental y energético. En este sentido, las empresas cuentan con un rol decisivo a la hora de minimizar el consumo de las nuevas materias primas y maximizar el valor de los materiales que ya circulan dentro de la economía. Ahora, más que nunca, es el momento de plantear nuevas soluciones a un problema compartido por la sociedad.